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Rosalinda 2da parte
Rosalinda 2da parte – ¡Caramba!, ¡Eres de otro mundo! Nunca pensé que un estudiante tan… joven pudiera tener la madurez de pensamiento que tú tienes. Una vez más… me sorprendes. A mi también me gustaría llegar a la cama contigo, pero no ahora; tal vez más adelante. ¿Nos vamos? Rosalinda lo dejó en su casa. Intencionalmente insistió en llevarlo para saber dónde localizarlo; no quiso preguntar en cual prepa estudiaba y tampoco hacer una cita. Antes de bajar, Ernesto depositó un beso en la mejilla de Rosalinda. – Entonces, dijo asomándose a la ventanilla, ¿no hacemos ninguna cita? – Yo te busco. Ten la seguridad: te buscaré. Adiós. Estaba positivamente impresionada y tanto, que casi decide en ese momento en que manejaba rumbo a su casa, hacerlo el padre de su hijo. Pero se dijo que la búsqueda aún tenía que seguir. Tomó el consabido café con un profesor de literatura de la Facultad de Filosofía a quien contactó en una exposición de pintura en el Chopo. Lo mismo hizo con un médico que trabajaba en el Seguro Social; lo conoció en un concierto de<b> jazz. </font></b>Él la invitó a su mesa al ver que volteaba para todos lados como buscando a alguien o mesa desocupada. Departieron agradablemente, y se tomaron dos copas. Al terminar el concierto, ella pretextó cualquier cosa para eludir continuar en otro lado la conversación, a petición de él. Pero se citaron para conversar, como ella propuso, pues durante el concierto les fue imposible hacerlo. El médico no la retuvo sino a la primera taza de café. Prepotente, machista, presumido, ignorante, en fin, un desastre detrás de una fachada física agradable y vestimentas atractivas. Un domingo no sabía que hacer. El plan para salir con Rodolfo se canceló porque él tuvo un compromiso imprevisto. Desayunó sin vestirse, pensando en los presuntos garañones. Hasta ese momento ninguno llenaba totalmente el expediente de las cualidades presupuestas. Prendió el televisor con un dejo de enfado. Siempre, al encender el aparato tenía la sensación de futileza, de estulticia, de pérdida de tiempo. La película le empezó a interesar. De manera insólita por la hora, las escenas que se proyectaban eran de explícito contenido erótico, hasta con desnudos totales de la protagonista. El calor de la cama, la soledad del departamento y las escenas que sucedían, la indujeron a la masturbación. Al iniciar el frotamiento genital le vino a la memoria la figura joven de Ernesto. Todo quedo en suspenso, la vista, que continuaba mirando la pantalla, no captaba los contenidos, las manos activas se paralizaron. Sintió una explosión en la mente que no era producto de ningún orgasmo; fue porque en ese momento decidió encamarse con el estudiante, ese mismo día. ¡Claro! su erotismo debía ser satisfecho así, con él, sin que nada implicara que el sujeto fuese seleccionado para ser padre del hijo por venir. Es una prueba más. Datos que… deben completar el expediente, se dijo como autojustificación. Decidida, llegó a casa de Ernesto. Tocó con sensaciones nunca antes sentidas; en ese momento encarnaba a la audaz protagonista de una cinta de aventuras, de acción. Abrió una señora rechoncha de aspecto bonachón. – ¿Está Ernesto? preguntó sintiendo que su vientre se contraía. – Se está bañando, creo que no tarda. Pero, pásate por favor. ¿Quieres esperarlo? – Si no es molestia. Es que me urge verlo… para un trabajo de la escuela. – ¿Eres su compañera? – Si. Me dijo que podía venir si necesitaba ayuda. – Siéntate querida, siéntate, ahorita le digo que lo estás esperando. ¿Quién le digo que lo busca? – Rosa, señora, si no es mucha molestia. Rosalinda se sintió toda una Mata Hari. Pero la incertidumbre se instaló con fuerza. ¿Y si él no recordaba su nombre? Hacía ya varias semanas que se encontraron, eso abría la posibilidad de que no la recordara. La señora tomó un interfón trasmitiendo el mensaje de Rosalinda y luego dijo: – Oríta baja. Que no te desesperes. Se sorprendió. Me dijo que no te esperaba y menos en domingo. Creo que tiene razón. Como que el domingo es para descansar y no para andar con las tareas. – Es cierto señora, pero que quiere, tengo que entregar esto precisamente mañana. Me da mucha pena, pero su hijo es muy, pero muy prestado; además, sabio; sabe de todo y bien. – ¿No sabes el teléfono? – Me lo dio, pero, soy una bruta y lo perdí. En eso estaban, cuando apareció Ernesto enfundado en ropa deportiva. – Hola, que agradable sorpresa verte. No te esperaba, créeme. ¿En que puedo servirte? La saludó con un fuerte apretón de manos. Ella se puso de pie sonriente y con el corazón simplemente paralizado. – Le decía a tu mamá que debo entregar aquel trabajo que te dije y… pues necesito que me ayudes, yo sola no puedo hacerlo. ¿Te acuerdas lo que discutimos el otro día en el café? – ¡Claro! lo recuerdo, y tanto que hasta un me quitó el sueño. Es un trabajo fascinante. Que bueno que decidiste que te ayudara… y que no recurrieras a nadie más para eso. Bien, ¿empezamos? La señora seguía con atención las palabras de los jóvenes. No dejó de sorprenderse porque la edad de Rosalinda era evidentemente mayor que la del hijo, pero pensó que hay muchas mujeres que deciden estudiar ya entradas en años. – No sé si… ¿dónde? – Pues donde tú quieras. Desde luego puede ser aquí. Nos subimos a mi cuarto para poder trabajar sin interrupciones. ¿Podemos trabajar aquí, mamá? Cuando él aseveró que era posible quedarse en su cuarto, el intenso erotismo de Rosalinda se cuadruplicó. – Claro que si, donde ustedes quieran. Y sí, es mejor en tu cuarto. Abajo aún no terminan de arreglar. – Me da pena causar molestias, dijo Rosalinda temiendo no poder dar rienda suelta a sus deseos, ¿por qué mejor no vamos a un café y ahí trabajamos? – No das molestias, niña. Neto tiene un cuarto aislado, siempre le ha gustado encerrarse a leer y a estudiar. Además, ahí tiene de todo para el trabajo, hasta una computadora que su padre le acaba de comprar. – Que pena, dijo Rosalinda cuando subían por una empinada escalera. No sé… si en realidad podamos… trabajar… – No te preocupes, la interrumpió Ernesto. En la casa solo estamos mi madre y yo. Mi padre anda en el extranjero y… soy hijo único. Mi jefa nunca sube, le duelen mucho las piernas y dice que esta escalera la puede matar. Fue una sesión de trabajo increíble. El joven estudiante la siguió sorprendiendo con su ternura, con su forma cariñosa de iniciar el juego amoroso, de los cuidadoso que fue en sus caricias y de la potencia, agilidad y variedad con que la amó. Rosalinda perdió la cuenta de los orgasmos. Como a las cuatro de la tarde, Ernesto bajó para subir alimentos después de convencer a Rosalinda de que podían seguir ahí sin problemas. Ella no presentó resistencia, estaba realmente fascinada con todo lo que encontró en el muchacho, incluido lo sexual. Salió a las siete de la noche dando un sin número de disculpas a la señora que, sonriendo, le dijo que era su casa y podía ir cuantas veces quisiera. Para tranquilizar a la señora y acaso a su conciencia, Rosalinda insistió para que Ernesto le preparase una carpeta para dar la impresión de que llevaba un trabajo escolar. Ernesto la acompañó al carro. Le dio el número del teléfono y le dijo: – Ya que no quieres que yo te busque, llámame para saber cuando menos que sigues en este mundo, que no eres solo una ilusión, un Hada que aparece cuando su ahijado se encuentra deprimido. Pasaron las semanas y la inquietud de Rosalinda iba en aumento. A pesar de que decidió no ver más al preparatoriano, no dejaba de pensar en él. Su deseo era decidir la presunta paternidad sin participación de la emoción; atenerse exclusivamente al juicio sobre físico e intelecto del padre de su hijo. Que nada más influyera. Sin embargo, una tarde tediosa tomó el teléfono y marcó el número cabalístico. Hablaron de sus recuerdos, del mutuo descubrimiento, de los aspectos más relevantes del encuentro y de lo que ambos hicieron durante las semanas transcurridas. El insistió en su deseo de verla. Sólo para verse y conversar, “me haces falta como interlocutor”, le dijo con tono suplicante. Acordaron – cuando Rosalinda se percató de su absurda resistencia – verse, una hora después, en el café donde conversaron cuando se conocieron. Llegaron al mismo tiempo a la puerta. Se abrazaron con fuerza y con un entusiasmo que para la sorpresa de Rosalinda, fue una sensación de alegría, de satisfacción. Identificó esta actitud, que le era ajena por completo cuando se encontraba con sus múltiples amigos, como algo insólito y de buen pronostico. El beso que acompañó al abrazo fue de una tal intensidad, que Rosalinda se desconoció. La conversación giró, al principio, en torno al día que se encerraron “a trabajar”. Sus risas fueron francas y prolongadas cuando emplearon esa palabra. Derivaron luego a diversos temas, tanto de carácter personal y laboral, como de sus perspectivas en la vida. Ernesto quería una vida con intensidad, no solo en lo emocional o afectivo, sino metido en los problemas de la realidad, tratando de encontrar salidas conjuntamente con mucha gente. La posición social o el dinero para él eran secundarios; con tener lo suficiente para no morirme de hambre y comprar de vez en cuando libros de mi interés, con eso me conformo, sin ser conformista, por supuesto. Rosalinda coincidió en todo, excepto en lo de encontrar salidas para la problemática nacional y se sentía desarmada, sin argumentos, sin conocimientos, y lo dijo sonriendo con cierta amargura, tal vez tristeza por quedar al margen de los procesos sociales. Discutieron el punto mucho tiempo. Ernesto trataba de demostrar que ella tenía, aunque no quisiera, opiniones de todo; y que la prueba estaba en lo que se refiere a las relaciones con él manejó ideas de ella, concepciones para iniciar una relación lejanas por completo del común denominador, lo dijo con énfasis. Al final, acordaron iniciar charlas sobre temas de actualidad en las reuniones que tuvieran. Rosalinda fue a dejarlo a la puerta de su casa y rechazó la invitación de ir a trabajar a la recámara de Ernesto. Era de noche y le daría pena con su mamá. Hasta sería probable que estuviera su padre, dijo al terminar de besarlo. Como en ocasiones anteriores, Rosalinda buscaría a Ernesto para una nueva entrevista. Para Rosalinda resultó altamente significativo que Ernesto no insistiera en saber su domicilio, su número telefónico y el lugar donde trabajaba. Indicaba una gran discreción y coherencia con las posiciones establecidas, y eso me gusta demasiado, pensó al meterse en la cama. Dejó la búsqueda. No porque hubiese decidido que Ernesto era el elegido, sino porque hubo un aumentó su trabajo y también, porque consideró que los entrevistados bastaban para tener un primer acercamiento a la gran decisión. Sin embargo, los argumentos eran solo pretexto para no tomar ya, la determinación y lanzarse a obtener el hijo deseado. Lo cierto era que en los primeros, ni siquiera pensaba. Menos se ponía a analizar las características de algunos, que incluso ya había olvidado. Además, las citas con Ernesto se habían vuelto frecuentes; algunas veces sólo para platicar y otras para ir a un hotel. Una noche, después de platicar toda la tarde, tuvo ganas de bailar y propuso que fueran a un centro nocturno donde las orquestas eran del agrado de Rosalinda. – Me gustaría, dijo Ernesto, pero… no tengo dinero para… – No te preocupes, querido, sé muy bien que eres estudiante. No creo que sea una ofensa para ti, que yo pague. ¿O sí? – Claro que no. Creo correcto que las mujeres puedan hacer invitaciones y pagar ellas. ¿No es esa tu idea? Fue una sorpresa más para Rosalinda. Ernesto era, también, un consumado bailarín. Fabuloso, pensó, tan solo iniciado el baile. Era tanta su alegría por sentirlo bailando como a ella tanto le gustaba, que se excitó y, contra su costumbre, propuso ir al hotel besándolo en la oreja. Al regresar a su casa esa noche, principió un periodo de gran inquietud, de contradicciones artificiales, de indecisión a continuar la relación con el estudiante sin llevarlo a la pretendida paternidad. No tenía dudas de que la relación le era ya, indispensable. Incluso, recurriendo al lugar común, estaba enamorada sin poderlo remediar. La idea de engañar al joven filósofo autodidacta, le aterraba. Imaginarse ocultando el embarazo y luego el producto, le fue inadmisible. Pero tampoco admitió que él pudiera tener afanes paternales y quisiera compartir, o peor: ¡exigir! el producto para él solo. Pero las ideas que él siempre expresó, la autorizaban para desechar esa posibilidad. Por otro lado, el deseo de tener un hijo seguía vigente y con mayor intensidad. Luego de interminables debates internos hizo el propósito de discutirlo con él en la primera oportunidad; era lo más honesto. La oportunidad se presentó cuando al concluir la graduación de Ernesto como bachiller, antes de despedirse, decidieron ir el fin de semana a Acapulco. Un amigo ofreció prestarle un departamento. Arribaron en la noche; se amaron con calma, alegría y placer continuo. Al día siguiente, en la playa, jugaron como niños sin dejar de reír y corretear. Estuvieron realmente felices. Descansaban tomando una cerveza bajo una palapa cuando Rosalinda, con un estremecimiento generalizado, inició el planteamiento: – Desde hace algún tiempo he querido discutir contigo algo que me preocupa porque pudiera dañar nuestra relación. Tu sensatez, tu ecuanimidad, tus hermosas ideas, me animan para comentarlo contigo. La cosa es bastante sencilla y sin embargo “el entorno ideológico”, como tú has dicho innumerables veces, lo complica. ¡Quiero tener un hijo! Soltó el deseo sin apartar la vista de los ojos de Ernesto. Observó una primera reacción de sorpresa, y después una sonrisa de comprensión. – ¿Y eso te preocupa? No entiendo de dónde la preocupación. – La sonrisa fue un complemento precioso para Rosalinda. – En realidad no es eso… a secas – Meditó cómo continuar – La preocupación estriba, como te dije cuando empece el comentario, que mi deseo es tener el hijo… pero sólo para mí. Por un lado, por el otro, quisiera que el hijo fuera engendrado con tu semen. Y… no se cual es tu opinión y tu posición respecto a mi pretensión de ser madre soltera sin que el hijo tenga padre. ¡Medita la respuesta! Confío, pero estoy aterrada porque pudieras alejarte de mí ante este planteamiento exageradamente egoísta. Lo entiendo, pero me es insalvable la condición que me impongo para traer al mundo a un hijo… que solo me pertenezca a mí. – Sigo sin entender tu preocupación. Parece que olvidas los implícitos en que se apoya. Para mí tu presencia y tu cariño han sido una maravilla. La forma tan espontanea, calurosa y verídica como nos hemos amado, es algo insuperable. Es el ideal de relación que siempre imaginé y que dudaba pudiera concretar con alguien. Pensamos de la misma manera en torno a cuestiones afectivo sexuales y, dentro de estas ideas, está la de que el cuerpo de la mujer solo a ella pertenece y la tradición discriminatoria en todos sentidos siempre les ha negado hacer de su cuerpo y su capacidad reproductora lo que ellas decidan, sin necesidad, incluso, de consultar con nadie. ¿Ves? ¡Tú eres la única que puede y debe decidir qué hacer! Yo, con toda sinceridad, te agradezco me tomes en cuenta para discutirlo, que pidas mi anuencia, en fin, que hayas tenido confianza de compartir conmigo tu inquietud y tu preocupación. Finalmente, por lo que a mi respecta puedes – risas alegres – contar con mi semen… cuantas veces quieras y más todavía. Te juro, no tengo porque hacerlo, pero lo hago para dar énfasis, que nunca plantearé nada en relación con… mi ¿paternidad? Le pongo interrogación para enfatizar mis aseveraciones. ¡La decisión es tuya! Te lo digo con toda honestidad. Sólo aportaré lo necesario para hacer realidad tu deseo. A pesar de todas sus decisiones, la soltera Rosalinda no pudo prescindir de Ernesto en el momento del parto. Tampoco pudo hacerlo, cuando Ernesto hijo se graduó de bachiller; y más tarde, superando al eterno amigo de su madre, cuando obtuvo la maestría en filosofía; y todavía menos cuando Ernesto hijo, invitó a su madre y Ernesto a estar presentes en la Sorbona, en el momento en que le otorgaban el grado de doctor. |
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